La violencia espiritual que trae la guerra que libramos en la obra de Dios puede transformarnos en guerreros sin sentimientos. El hambre que sentimos por la victoria puede convertirnos en personas insensibles a las cosas bellas del amor. La ternura en un guerrero es tan admirable como su destreza con la espada y su fuerza en la batalla. Muchas batallas espirituales no se ganan con violencia; se ganan con amor.
La Biblia nos manda a expresar el amor con el compromiso de hacer por otros aquellas cosas que les ayuden a ser los que Dios quiere que sean.
Lucas 10.27 nos llama a amar a nuestro prójimo, Mateo 5.44 nos llama a amar a nuestros enemigos. Juan 15.12 nos llama a amarnos los unos a los otros y en Efesios 5.25 se les manda a los esposos a amar a sus esposas.
En cada caso, la Biblia nos muestra que el amor es un compromiso de acción.
Muchas veces no se nos enseña a amar. Porque amar es tan vulnerable.
Ama cualquier cosa y tu corazón estará expuesto a la posibilidad de ser roto.
Guárdalo donde nadie lo pueda tocar, escóndelo detrás de tus conversaciones superficiales, lejos de la vista de todos y cambiará. No se romperá, sino que será un corazón duro, impenetrable, irrompible. El único lugar fuera del cielo donde puedes estar seguro de que nada ni nadie tocará tu corazón es el infierno.
Un corazón permanentemente cerrado mantiene a otros alejados de ti. Un corazón que se arriesga, acerca a otras personas. Si quieres acercar a tu vida a otras personas, tienes que entregar tu corazón.
Entregarnos significa ser fiel a nuestro hermano. Significa amarlo sin condición, no importa lo que haga o que nos haga. Satanás ha tenido éxito aquí. Él ha podido evitar que en muchas circunstancias los hermanos practiquemos la unidad.
Si nos damos cuenta, las iglesias que critican a otras, lo hacen por cosas ridículas y absurdas. Algunos creen que si una Iglesia es grande es porque allí solo les gusta la música y el ruido. Otros piensan que si una Iglesia es pequeña es porque “no tiene el Espíritu”, y están tan ridículamente equivocados como los anteriores.
No dejemos que Satanás nos use, practiquemos el amor y la unidad, no la envidia y la crítica. Muchos hermanos no hacen nada por infundir paz y unidad en el cuerpo de Cristo. Parecen aves de rapiña; apenas cae un hermano presa del enemigo, ellos descienden para terminar de quitarle el poco cuero que le queda.
En Gálatas 6.1, el apóstol Pablo nos enseña mucho al respecto: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tu también seas tentado”.
¿Qué hacemos cuando alguien comete un error y nos hiere? Según Pablo, debemos ayudarlo, aunque nosotros también necesitemos ayuda.
En el idioma griego, el verbo usado aquí restauradle, era el mismo término médico que se usaba para describir la curación de un hueso roto. También se utilizaba para describir el arreglo de las redes de los pescadores.
Lo que está mal en la vida de un hermano debe ser enderezado con amor. Eso no nos da lugar a pensar que no tenemos nada en nuestra vida que tengamos que componer.
Sin embargo, perece que el ejército de Cristo es el único ejército que termina de matar a sus soldados heridos. Estamos en batalla, habrá heridos, pero tu y yo debemos ser de los que levantan al compañero herido, no de los que le dan el tiro de gracia. Esto no es solo ser un verdadero amigo y hermano, es ser obediente a la Palabra.
Una parte de una canción dice: “Cuando todos te dan la espalda por tu error, Él viene y muestra su amor. Y sabiendo lo que hay en tu corazón, Él llega y carga tu dolor”.
¿Cuántos de nosotros hemos cometido errores? ¿Cuántos hemos caído duro sólo para darnos cuenta que al tratar de levantarnos nuestros mismos compañeros de batalla tienen sus pies sobre nuestra nuca?
Los soldados de Cristo nos debemos amar incondicionalmente. Debemos levantar al soldado herido. Amarlo más cuando menos lo merezca. Al fin y al cabo eso es lo que Jesús ha hecho por nosotros.
Tal vez te han hecho lo imperdonable... según tu parecer, y piensas que nunca olvidarás lo que te hicieron. Pero debemos aprender a amar. Cuando el amor perdona, el corazón olvida.
Cuando crucificaron a Cristo, había dos ladrones a su lado. Es muy probable que cuando levantaron la cruz con uno de los ladrones, todo el pueblo miraba: “Muere ladrón, mereces morir”, empezaron todos a gritar aunque el ladrón sabía muy bien que a todos allí habían hecho cosas por las cuales también debían ser colgados.
No critiques a tu hermano. La única diferencia entre tu y el hermano sorprendido en falta es que tus pecados todavía los tienes bien escondidos, y nadie más que Jesús los conoce.
No le pongas el pie en la nuca al que trata de levantarse. Perdónalo. Nada puede ser tan grave que no lo podamos perdonar. Como cristianos, el amor no solo significa entrega. Significa también sacrificio. Quiere decir que vamos a sacrificar de lo que tenemos, de lo que somos y de lo que podemos ser para que otros salgan adelante.
Ese es el problema de muchos líderes de ministerio hoy día. En lugar de sacrificarse ellos para que la gente que trabaja con ellos suba y salga adelante, los opacan y les roban oportunidades.
“Nadie me va a usar como trampolín”, dicen cuando tratan de excusar su falta de amor y sacrificio hacia la gente que Dios le ha dado. De eso se trata, de que nos usen de trampolín. Debemos tener la humildad de permitir que otros suban más que nosotros y eso demanda sacrificio en amor.
No podremos sacrificarnos por otros mientras creamos que somos más que los demás. Gálatas 6.3 dice: “Porque el que cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. En su carta a los Romanos, Pablo sigue diciendo: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12.3. Si quieres saber cuanto vales, te vamos a dar la fórmula para calcularlo: Suma lo que tienes que el dinero no puede comprar, y agrégale todo lo que la muerte nos e puede llevar. El resultado es tu verdadero valor.
Resulta que vales igual que todos los demás.
Nuestro deber es amar aunque no nos amen. Nuestro deber es sacrificarnos en amor para ayudar a otros a salir adelante.
Nuestra lucha es por Cristo, no es en contra de otros hermanos. Como soldados tenemos que ayudar a limpiar las heridas de los que han caído, cuidándonos siempre de que no nos vayan a herir a nosotros también.
No importa si asistimos a una u otra iglesia. Todos los que creemos en Cristo resucitado como Señor somos enemigos de Satanás. En esta guerra todos estamos vulnerables a sus ataques. Todos podemos ser heridos y caer. Cuidémonos.
Lucas 10.27 nos llama a amar a nuestro prójimo, Mateo 5.44 nos llama a amar a nuestros enemigos. Juan 15.12 nos llama a amarnos los unos a los otros y en Efesios 5.25 se les manda a los esposos a amar a sus esposas.
En cada caso, la Biblia nos muestra que el amor es un compromiso de acción.
Muchas veces no se nos enseña a amar. Porque amar es tan vulnerable.
Ama cualquier cosa y tu corazón estará expuesto a la posibilidad de ser roto.
Guárdalo donde nadie lo pueda tocar, escóndelo detrás de tus conversaciones superficiales, lejos de la vista de todos y cambiará. No se romperá, sino que será un corazón duro, impenetrable, irrompible. El único lugar fuera del cielo donde puedes estar seguro de que nada ni nadie tocará tu corazón es el infierno.
Un corazón permanentemente cerrado mantiene a otros alejados de ti. Un corazón que se arriesga, acerca a otras personas. Si quieres acercar a tu vida a otras personas, tienes que entregar tu corazón.
Entregarnos significa ser fiel a nuestro hermano. Significa amarlo sin condición, no importa lo que haga o que nos haga. Satanás ha tenido éxito aquí. Él ha podido evitar que en muchas circunstancias los hermanos practiquemos la unidad.
Si nos damos cuenta, las iglesias que critican a otras, lo hacen por cosas ridículas y absurdas. Algunos creen que si una Iglesia es grande es porque allí solo les gusta la música y el ruido. Otros piensan que si una Iglesia es pequeña es porque “no tiene el Espíritu”, y están tan ridículamente equivocados como los anteriores.
No dejemos que Satanás nos use, practiquemos el amor y la unidad, no la envidia y la crítica. Muchos hermanos no hacen nada por infundir paz y unidad en el cuerpo de Cristo. Parecen aves de rapiña; apenas cae un hermano presa del enemigo, ellos descienden para terminar de quitarle el poco cuero que le queda.
En Gálatas 6.1, el apóstol Pablo nos enseña mucho al respecto: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tu también seas tentado”.
¿Qué hacemos cuando alguien comete un error y nos hiere? Según Pablo, debemos ayudarlo, aunque nosotros también necesitemos ayuda.
En el idioma griego, el verbo usado aquí restauradle, era el mismo término médico que se usaba para describir la curación de un hueso roto. También se utilizaba para describir el arreglo de las redes de los pescadores.
Lo que está mal en la vida de un hermano debe ser enderezado con amor. Eso no nos da lugar a pensar que no tenemos nada en nuestra vida que tengamos que componer.
Sin embargo, perece que el ejército de Cristo es el único ejército que termina de matar a sus soldados heridos. Estamos en batalla, habrá heridos, pero tu y yo debemos ser de los que levantan al compañero herido, no de los que le dan el tiro de gracia. Esto no es solo ser un verdadero amigo y hermano, es ser obediente a la Palabra.
Una parte de una canción dice: “Cuando todos te dan la espalda por tu error, Él viene y muestra su amor. Y sabiendo lo que hay en tu corazón, Él llega y carga tu dolor”.
¿Cuántos de nosotros hemos cometido errores? ¿Cuántos hemos caído duro sólo para darnos cuenta que al tratar de levantarnos nuestros mismos compañeros de batalla tienen sus pies sobre nuestra nuca?
Los soldados de Cristo nos debemos amar incondicionalmente. Debemos levantar al soldado herido. Amarlo más cuando menos lo merezca. Al fin y al cabo eso es lo que Jesús ha hecho por nosotros.
Tal vez te han hecho lo imperdonable... según tu parecer, y piensas que nunca olvidarás lo que te hicieron. Pero debemos aprender a amar. Cuando el amor perdona, el corazón olvida.
Cuando crucificaron a Cristo, había dos ladrones a su lado. Es muy probable que cuando levantaron la cruz con uno de los ladrones, todo el pueblo miraba: “Muere ladrón, mereces morir”, empezaron todos a gritar aunque el ladrón sabía muy bien que a todos allí habían hecho cosas por las cuales también debían ser colgados.
No critiques a tu hermano. La única diferencia entre tu y el hermano sorprendido en falta es que tus pecados todavía los tienes bien escondidos, y nadie más que Jesús los conoce.
No le pongas el pie en la nuca al que trata de levantarse. Perdónalo. Nada puede ser tan grave que no lo podamos perdonar. Como cristianos, el amor no solo significa entrega. Significa también sacrificio. Quiere decir que vamos a sacrificar de lo que tenemos, de lo que somos y de lo que podemos ser para que otros salgan adelante.
Ese es el problema de muchos líderes de ministerio hoy día. En lugar de sacrificarse ellos para que la gente que trabaja con ellos suba y salga adelante, los opacan y les roban oportunidades.
“Nadie me va a usar como trampolín”, dicen cuando tratan de excusar su falta de amor y sacrificio hacia la gente que Dios le ha dado. De eso se trata, de que nos usen de trampolín. Debemos tener la humildad de permitir que otros suban más que nosotros y eso demanda sacrificio en amor.
No podremos sacrificarnos por otros mientras creamos que somos más que los demás. Gálatas 6.3 dice: “Porque el que cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña”. En su carta a los Romanos, Pablo sigue diciendo: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12.3. Si quieres saber cuanto vales, te vamos a dar la fórmula para calcularlo: Suma lo que tienes que el dinero no puede comprar, y agrégale todo lo que la muerte nos e puede llevar. El resultado es tu verdadero valor.
Resulta que vales igual que todos los demás.
Nuestro deber es amar aunque no nos amen. Nuestro deber es sacrificarnos en amor para ayudar a otros a salir adelante.
Nuestra lucha es por Cristo, no es en contra de otros hermanos. Como soldados tenemos que ayudar a limpiar las heridas de los que han caído, cuidándonos siempre de que no nos vayan a herir a nosotros también.
No importa si asistimos a una u otra iglesia. Todos los que creemos en Cristo resucitado como Señor somos enemigos de Satanás. En esta guerra todos estamos vulnerables a sus ataques. Todos podemos ser heridos y caer. Cuidémonos.
Paz.
Gonzalo